domingo, 25 de junio de 2017

¡No me andes con gaitas, que me voy a Escocia!

Va Raquel y me dice, ¿por qué no vamos a Escocia en bici? Era finales de 2015, y ya había comenzado el curso en Madrid. Al principio no lo tome en serio, pero ya se lo había comentado a su madre y, al parecer, cual cena de amigos que se enzarzan por ver quién la tira más gorda, la bravata había dado a luz a una más que desafiante excursión. 

Hacía pocos meses que yo me había comprado una moto; una T-Max 530 ABS. En un espasmo de lucidez le dije a Raquel: 
- Vas acabar el curso el 15 de julio y ¿pretendes montar en bici 10 días después? ¿Qué vamos hacer, 30 km al día? Creo que no es plan si tu objetivo es conocer las Highlands. Por lo que supongo que con la moto iríamos mejor y veríamos más cosas-. 
Oye, ¡santo remedio! A ella le cuadró la idea, y yo comencé a preparar el proyecto y el viaje más ilusionante de mi vida.
Para mi cumple, en enero, mi mujer me regaló unos pantalones vaqueros de kevlar. En ellos venía una cinta que me puse en la muñeca a modo de pulsera. En términos neurocientíficos ese iba ser el anclaje emocional que me estimulara y me diera la pasión para organizarlo todo.

Fui adquiriendo baúl, maletas, bolsas, etc. que permitieran que no fuéramos como marranos, todo el día con la misma ropa, los 14 días que iba durar el viaje.
Instalé un TomTom Rider, el Garmin eTrex 800 para obtener los tracks, y hasta un soporte para grabar vídeo con la cámara de fotos. Lo siento, ya no me daba el presupuesto para la GoPro.

En febrero ya tenía reservados los pasajes en el ferry de Bilbao-Portsmouth y una noche allí, porque el barco llegaba sobre las 21:00h. y no era plan ir buscando hotel de noche, no conociendo la ciudad y, ¡conduciendo por la izquierda! El Red Lion Hotel iba a ser la primera opción.
Yo nunca había conducido la moto con "paquete", así que cualquier oportunidad era buena para enfundarnos los dos el casco y salir a la carretera.
Finalmente sólo tuvimos dos ocasiones: una en la que fuimos en Semana Santa a comer a Briones, y otra en la que recogí a Raquel en Madrid una vez finalizado el curso. 

Con todo esto, a las 14:30h. del pasado 27 de julio partíamos de la puerta de casa, no sin antes que Mila nos hiciera una foto. 14 días sola en casa. ¡Qué felicidad! -diría Mila justo cuando doblábamos la esquina del final de la calle, para salir de Miranda por la Ronda del Ferrocarril buscando la carretera Bilbao.
Listos para salir de Miranda
Prácticamente era la última oportunidad que teníamos para rodar por tramos con curvas, y el descenso del puerto de Orduña iba a ser determinante para comprobar el comportamiento de la moto cargada y de Raquel como acompañante a la hora de encarar frenadas. Ningún problema, y tanto una como otra no dieron sorpresas. Pasando por Arrigorriaga, llegamos a Bilbao a través del túnel de Malmasín. El Tomtom iba trabajando y nos acercaba a la terminal del ferry en Ziérbena. Antes de entrar en el control del embarque, decido rellenar el depósito de gasolina, que dicen que donde vamos está al precio del whisky.
La cosa promete, pues empiezan dando preferencia en el embarque a las cinco motos que estamos en el muelle. Este privilegio nos sirve de poco, porque después de ver cómo el personal del barco amarra las motos al suelo con eslingas y tensores, tenemos que hacer tiempo en una cubierta porque no han dispuesto el camarote. 


Viendo cómo aseguran la moto a la cubierta

¡Zarpamos! ¡Vamos a inspeccionar el barco!






























Ver desembarcar a toda la brigada de limpieza es la señal que nos asegura que el camarote está listo. No está mal el cuartito; exterior, con dos camas individuales, y un baño de los de la señorita Pepis. Nos ponemos un poco más cómodos en cuanto a ropa y calzado se refiere, y vamos a inspeccionar los rincones de la nave.

En cuanto el ferry hubo zarpado, nos dirigimos al bar a celebrar el inicio de la travesía con la primera pinta. ¿Euros o pounds? Es la pregunta que se repite en cualquier establecimiento del barco. Ni euros, ni pounds; yo para joderles digo: crédit card. Que estoy hasta el bolo de que nos chinguen con el cambio.

La duración de la travesía Bilbao-Portsmouth estaba prevista en 28 horas. Es decir, partiendo a las 17:15 horas del 27 de julio, llegaríamos a las 21:15 horas del 28 de julio.
Esa noche no llegamos a cenar. Me explico. Pillamos unos sandwiches a media tarde, y nos fuimos al camarote. Un ferry de estos está muy bien, pero lo ves en un voleo; así que hablando, leyendo, y planificando, nos quedamos fritos los dos. No sé qué narcótico efecto produce en mí el meneito del barco, que la siesta que empezó a las 7 de la tarde, acabó a las 9 de la mañana del día siguiente. Por suerte, el barco dispone de Wi-Fi en zonas comunes, y el envío de novedades a casa o a los amigos, te saca un poco del sopor de la travesía. Pero hay que reconocer que cada vez que te sales de las zonas Wi-Fi, tener que teclear la contraseña (que te la dan impresa en la tarjeta llave del camarote) es un coñazo.

Que la velocidad del ferry se redujera, nos indicaba que estábamos llegando a Portsmouth. Entrar en su puerto es lento, pero entretenido. Divisar el Spynaker, o las naves de guerra HMS Warrior y el HMS Victory, que lucen su estampa sobria y atronadora como patrimonio del poder naval que tuvo Inglaterra, no hace sino augurar un buen comienzo que se dilata hasta la última luz de la tarde. Al aviso por megafonía para acceder a las cubiertas de parking, le sucede la apertura de portones y el arranque de motores.

Llegamos hasta el control de aduanas del puerto tras una Harley que ronroneaba al ralentí gozosa de haberse pegado unas buenas vacaciones por España. ¡Quítese el casco por favor! -me dice el agente de aduanas para verificar mi identidad con el pasaporte. ¡Empieza la aventura! 


La primera pinta de las muchas que vendrían 
Salimos a las calles de Portsmouth, con una única premisa: izquierda, izquierda, izquierda, y seguir las indicaciones del gps. En poco más de 10 minutos llegaríamos a The Red Lion Hotel; una gran casona con pub en los bajos, al que no llegamos al horario de la cena por el tiempo que nos llevó acomodarnos.

Para saciar la hambruna, recurrimos a un Kebab que había enfrente y que tenía la máxima calificación de higiene según la Foods Standards Agency; más inclusive que el pub del hotel en el que estamos alojados. A pesar de ello, esto no iba ser obstáculo para echarnos al cinto la primera pinta autóctona, en un pub autóctono, antes de irnos a dormir. Por cierto, muy confiados los del pub, porque fueron dar las 11 de la noche y no quedó un alma. Vamos, que nos dejaron barra libre; porque por más que buscamos al personal para que nos dieran la clave del Wi-Fi, no apareció nadie hasta el breakfast time.


Viernes, 29 de julio de 2016. Portsmouth-Oxford (135,4 km.)

¡Vamos a por la primera etapa! Intercomunicadores, iPod, y móviles cargados al inicio de la jornada era mi tarea, y la de Raquel descargarlos.

El pub, de la noche a la mañana, se ha convertido
en un bufet de desayunos
El intercomunicador entre cascos era muy básico y sólo lo pilotaba ella; así que si yo quería decirle algo, levantaba mi mano izquierda y le hacía el gesto de los pajaritos, igual que hacía Fernando Alonso cuando ganaba una carrera de F-1, allá por…
Salir del parking y retomar la ruta era el momento crucial del día; al menos en las primeras jornadas. Hay que grabarse a fuego lo de izquierda, izquierda, izquierda y, al arrancar, más que nunca. Luego todo va más rodado.

En el primer cruce, ya la cagué; pues girar a la izquierda en vez de a la derecha nos iba a suponer un paseo de 10 km. por las carreteras periféricas de Portsmouth. De esto me he dado cuenta ahora que estoy analizando el track. Salir de Portsmouth era un continuo mirar a un lado y a otro para Raquel, acordándose de la temporada en que estuvo acogida en casa de unos paisanos. -Mira, por ahí estaba la casa- o, -ahí íbamos a comprar, y en ese parque nos comíamos el menú del McDonald's. Durante nuestro primer rodar vimos dos niñas pequeñas vestidas de princesas, que iban agarradas de la mano de su madre. Hicimos sonar el claxon de la moto para demostrarles que habíamos visto lo guapas que iban, y así acrecentar el orgullo de la madre. Con estos primeros compases, a través de Southampton Road, y tras una primera liada que nos lleva casi hasta el puerto otra vez, retomamos la ruta buena en dirección NO. Esta nos metía, transcurridos los primeros 17 km., por pequeñas carreteras entre bosques, que eran una delicia para los sentidos y que hacían una conducción de lo más agradable.

Configuré el Tomtom de forma que evitara cualquier carretera principal o autovía, forzándole a buscar trazados con curvas. Cualquier recorrido especificado, multiplicaba el tiempo por tres respecto a la ruta más rápida. Esto, que puede parecer eterno, resultó a la postre la mejor opción, hasta el punto que huíamos de cualquier autovía cual delincuentes más buscados.

Fuimos atravesando Worlds End, Hambledon, Brockbridge, West Meon,… Esta primera etapa subía hacia el norte por el oeste de Winchester, capital del condado de Hampshire, por carreteras más o menos planas y flanqueadas por densas hileras de árboles, cuyas copas estaban talladas por los vehículos de mayor gálibo, convirtiéndolas en un techo vegetal durante gran parte de la ruta.

Tramos de carretera engullidos por el arbolado
Aunque el sol se asomaba tímidamente, la temperatura raramente pasaba de los 16°C. Esto nos permitía ir muy cómodos en cuanto a la ropa que debíamos vestir; chaqueta de Gore y pantalón vaquero de kevlar; por supuesto, también botas y guantes.

No se cumplía ni la primera hora de marcha, en los que llevamos hechos 52 km., cuando la tranquilidad de una carretera local nos expulsa a una gran rotonda. De nuevo, todos los sentidos alerta. Pues en medio de mi concentración por identificar la salida frente a lo que el gps me decía, Raquel me empieza hacer gestos y a señalar con el brazo de forma muy excitada. Había visto un cartel que decía "Jane Austen, Museum House". Estábamos dejando Chawton a nuestra derecha. En este pueblo, en una sencilla casa en la que dicen terminó de escribir Sentido y Sensibilidad, y Orgullo y Prejuicio, vivió la escritora durante ocho años. Para consuelo de mi hija, desde aquí le digo que entre la austeridad de objetos exhibidos, están algunas cartas, cosas personales, y una escuchimizada mesa en la que escribía. Sé que a pesar de esta pobre justificación, Raquel tardará mucho en perdonarme el que yo siguiera para adelante en la rotonda.

Al paso por Riseley, la ruta nos saca a una carretera con doble carril que nos permite ir a velocidades de 80-100 km/h, pero que cada poco tiene cruces regulados por semáforos. Estábamos a punto de atravesar Reading; tarea que nos llevó poco más de 10 minutos.
Rodábamos por el km. 100 a través de una carretera bastante solitaria. El cielo amenazaba lluvia y, aunque sin llegar a mojarnos, a veces caía alguna gota. No sé si por la sensación de humedad exterior, o porque el té del desayuno ya pedía salir fuera, paramos en un amplio parking donde había un pub llamado Pack Horse. Mala suerte; por lo visto las 10:45 de la mañana no son horas de pillar nada abierto. Sólo nos queda aguantarnos las ganas y aprovechar para que Raquel se ponga algo para resguardarse del agua. No hace frío; el termómetro marca 18°C.
A partir de aquí, la Red Lane nos permitiría ir a más de 90 km/h e ir acercándonos al pequeño caos de Oxford. A la izquierda de la Oxford Road estaba Dorchester On Thames, una villa preciosa y tranquila, con un patrimonio urbano exquisito, donde destaca sobretodo su abadía. Aquí nos alojamos en el White Hart Hotel; una gozada de alojamiento.

Así, dejamos los trastos, y sólo con los cascos y la moto nos fuimos a visitar Oxford. Teníamos tiempo, ya que habíamos llegado al hotel a las 13:00h. En Oxford, lo primero, mogollón de gente. Después, y entre tanta gente, aparcar la moto en Saint John Street para ir visitando la Radcliffe Camera, y el Puente de los Suspiros. En Broad Street, y para seguir frikeando, entramos a la tienda de artículos de la saga Harry Potter. Allí, al comprobar el precio de las varitas mágicas (por narices que tenían que ser mágicas) nos hizo conscientes de que tan frikis no somos; porque si no, no me lo explico cómo se puede gastar la peña esa pasta.



En el puente de los suspiros de Oxford
En el claustro tantas veces visto en Harry Potter 

Girando esta calle a la izquierda, salimos a Cornmarket Street; peatonal y abarrotada como no podía ser de otra manera. Mientras Raquel veía actuar a unos músicos callejeros, aproveché para cambiar por libras unos pocos francos suizos que me habían sobrado de la travesía El Camino Español que hice en 2011. Luego, para no entretenernos mucho, comida rápida en el Pret a Manger. Después de comer visitamos la Iglesia de Cristo (Christ Church), con su escalinata y gran salón, escenarios archiconocidos de la película Harry Potter. Cuando salimos de esta visita, dimos una vuelta con la moto por la zona oeste de Oxford, a orillas de un canal del Támesis, y paramos en un pub (The Punter). De aquí, volvimos a Dorchester con el objetivo de poder visitarlo con algo de luz.
En Dorchester, las preciosas casas con sus tejados de paja, la abadía y su cementerio, nos devolvían al medievo. 


Cementerio anexo a la abadía de Dorchester on Times
Una pinta en un pub, iba a ser el aperitivo para la cena que nos íbamos a cascar en el hotel, donde el Smoked chunks of Haddock with creamy Mustard sauce and rustic bread le iba a hacer chuparse los dedos a mi hija. 

Yo acompañé a mi cena con un Sauvignon Blanc Reserva, de Chile. Después de esto, podemos asegurar que esa noche dormimos como bebés.

Track Ruta: Portsmouth - Dorchester


Sábado, 30 de julio de 2016. Dorchester - York (369,9 km.) 


Todavía nos duraba el empacho de la noche anterior, así que esta mañana perdonamos el English breakfast. Unos yogures, té, zumos, algún cereal, y a comenzar la ruta. Poca actividad se veía en el pueblo, y para inmortalizar el momento de la salida, le pedimos a un paisano que había salido a comprar el periódico que nos hiciera una foto en la puerta del hotel. Luego, muy entusiasmado el hombre, nos preguntó sobre muchos detalles del viaje.


Dejando el White Hart Hotel (Dorchester)

Esta será la foto que durante mucho tiempo tuve en mi icono de WhatsApp. A las 9:05h. ya enfilábamos la Oxford Road que circunvala esta bulliciosa ciudad por su parte oeste. A los 24 km. dejamos la autovía a la altura de Kidlington, no sin antes repostar en un centro comercial. La gasolina está a 1,109 £/l. Múltiples pubs y hoteles se alinean a lo largo de la Oxford Road que atraviesa a esta ciudad. Es imposible recordar con cuántos Red Lion, Black Horse, White Swan, etc. etc., te puedes topar a lo largo del viaje.

Deddington, Banbury, Sharnford,… Muchos de estos pueblos de la comarca de Leicester sufrieron unas graves inundaciones en 2012, y ahora están como si nada hubiera pasado.
Bueno, y así poco a poco llegamos a Leicester, donde fue un calvario encontrar un sitio para dejar la moto. A mí especialmente me ponía muy nervioso dejar aparcada la moto cargada con las bolsas laterales y con la bolsa túnel en cualquier parte que no estuviera controlada; un corte a una correa, y te han chafado el viaje. Aún y con todo, aparcamos en una céntrica calle al lado de otras motos. Una vuelta para ver la catedral de St. Martín, y una parada en un pub de Market Street, a la vuelta de la esquina de donde estaba la moto, nos llevaron la hora que permanecimos en Leicester. Un sábado a las 13:00h. y aquello no nos aportaba mucho por el escaso ambiente que vimos. Mucho mejor estaba Nottingham que, ubicada al norte, se erige como ciudad más juvenil y bulliciosa. El gps nos guió hasta la misma puerta del Castillo, y a los pies de la estatua de Robin Hood aparcamos la moto. La terraza del pub The Castle fue el perfecto lugar para hacer un lunch, ver el ambiente, el castillo, y tener vigilada la moto.

Antes de retomar la marcha, cuando estábamos haciendo unas fotos con Sir Robin de Locksley, coincidimos con unos paisanos de Sevilla con los que vacilamos. Eran ya las 15:11h. y la ruta proseguía en dirección noreste.


Con Sir Robin Hood
Al pasar por Newark on Trent tomaríamos una vía rápida, la Foss Way, para acercarnos a Lincoln donde llegaríamos a las 16:10h. Ya llevábamos recorridos 240 km. y Raquel no podía soportar las protecciones de rodilla de sus pantalones. Las piernas flexionadas en la moto hacía que se le clavaran los bordes y terminaran por hacerle herida. Aquí, lo primordial era aliviar la pena del cuerpo, para después premiar al espíritu con un brebaje y las preciosas vistas arquitectónicas que se disfrutaban desde la Drury Lane.
En la Drury Lane, Lincoln

Al salir de Lincoln volvimos a repostar gasolina. Esta vez a 1,179 £/l. Thorne y Selby precederían la llegada a York. Bueno, exactamente era a Upper Poppleton, a escasos 5 km. de York.
El alojamiento, como no podía ser de otra forma, The Red Lion. Un servicio completo de hotel, pub, restaurante, jardín, etc., donde las habitaciones estaban dispuestas tipo motel. Como habíamos llegado bastante tarde, decidimos cenar en el mismo hotel. Esta vez iba a ser carne con su guarnición. Al fondo, en un anexo al pub, se oía música en vivo y jolgorio. Después de cenar, ya pasadas las 23 h. nos acercamos a ver el sarao, pero vimos mucho yayo y ... ...¡brrr..., quita, quita; no nos vayan a pegar algo!

Domingo, 31 de julio de 2016. York - Edimburgo (363,3 km.)


El día había amanecido espectacular; fresco, pero sin una sola nube. Nos pasó lo que muchas veces ocurre cuando quieres salir pronto, y es que los desayunos, por ser domingo, no los daban hasta las 9:30h. Mientras, aprovechamos el tiempo para hacer el equipaje.

El típico desayuno inglés constaba de bacon, salchichas, huevos revueltos y huevo frito, judías estofadas, scone de patata (un triángulo de algo que pretendía parecerse a una tortilla de patata), champiñones y tomates fritos, morcilla, té, y mantequilla. Vamos, imposible acabar con todo a esas horas. Si me lo ponen a las 4 de la tarde y en ayunas… quizás sí. Semejante acto de salvajismo tenía lugar en el salón en el que por la noche estaba la fiestuki.


¡Bufff, me parece que no voy a poder!

Arrancamos la moto y, cuando salíamos del parking de tierra para incorporarnos a la carretera, casi nos vamos al suelo. Y todo porque tu cerebro busca el carril derecho y claro, venía un coche. Frenazo, moto ladeada, y a levantarla. Y es que antes de arrancar, hay que hacer el ejercicio de repetir en voz alta aquello de izquierda, izquierda, izquierda.

Recuerdo que aquella mañana le dijimos al muchacho del pub que nos guardara el equipaje para ir a visitar York; así que nos fuimos con las manos en los bolsillos a dar una vuelta por lo que en fotos parecía un atractivo conjunto medieval; la Stonegate. La verdad, es que no nos defraudó. Aparcamos justo frente a la catedral de York, o York Minster y, aunque bien podíamos haber entrado a verla, preferimos ver más el ambiente y la gente, que para gótico ya tenemos en Burgos y León. 


Frente a la York Minster




Espectaculares casas del siglo XV albergan las más pintorescas tiendas en esta calle que mezcla el patrimonio medieval con el georgiano. 


En el centro histórico de York







La tienda Mulberry Hall abriría sus puertas en la próxima quincena, y ya animaba al visitante a que se configurara su belén de navidad. Al final de la calle, un paisano con más pinta de buscavidas que de guía turístico, nos preguntaba que buscábamos o qué queríamos ver, que él nos llevaba. ¡Uffff, no estamos para malgastar el tiempo majo, que tenemos que ponernos en ruta! Apenas transcurrida una hora ya habíamos vuelto al Red Lion a por el equipaje, y en 15 minutos más ya estábamos iniciando la etapa.

Cargar la moto se convirtió en un ritual diario para instalar las bolsas laterales Givi, la bolsa túnel, y llenar el baúl trasero. Con los días, conseguimos coordinarnos a la perfección y, cada uno por su lado, entrelazábamos correas y gomas de pulpo de forma tan precisa que ni un solo día tuvimos que reajustar nada sobre la marcha.
Circunvalando York por el oeste y tomando un rumbo noreste directos a Malton, el gps nos ordena desviarnos de la carretera principal por una carretera a la izquierda y a la altura de Barton Hill. Rodamos por la Mains Lane; una carretera de unos 5 m. de anchura, con toboganes continuos y por la que atravesamos puertas y murallas que tendrían como colofón una rotonda con un Gran Obelisco donde estaba el acceso al castillo de Howard, del que dicen que no es castillo sino una de las mejores casas de campo de la aristocracia inglesa. ¿Visitarla? No. Seguimos prefiriendo los pubs.


Gran Obelisco en la Mains Lane
Cuatro kilómetros después de la rotonda del Gran Obelisco, volveríamos a tomar otra carretera principal. Giro a la izquierda hacia Hovingham. El clima seguía estupendo. Cielo azul con alguna nube...  ... Vamos, muy relajante. De hecho, nunca superábamos los 90 km/h, e incluso más despacio a la hora de adelantar a un padre e hija que, al trote por la carretera, montaban sus respectivos caballos. Desde Helmsley, la ruta nos subía hacia el norte por la B1257 curveando por un valle tallado por el River Rye para llegar a Stokesley. Habíamos atravesado el parque Nacional North York Moors; el primero del viaje. A eso de las 12:15h. llegamos a Middlesbrough, ciudad de unos 140.000 habitantes y que es el segundo puerto más grande del Reino Unido. No en vano, esta ciudad vio nacer al explorador y navegante James Cook.
Lo bueno que tienen estas grandes urbes, es que están rodeadas de buenos viales y que, al ser rápidos, los haces a toda pastilla. El hecho de ir más rápido aquí no lo justifica la calidad de sus carreteras, sino las ganas de dejarlas atrás.
Era domingo. Hacía un buen día, y eso se notaba en el ingente tráfico ávido de encontrar un hueco en las playas de esta parte de la costa británica. Por suerte, el gps nos libraba del estrés de las caravanas conduciéndonos por carreteras enrevesadas y llenas de rincones encantadores.
En Wolviston, al norte de Middlesbrough, pararíamos a repostar. A la salida de la rotonda de la gasolinera, en un para no-para, se nos iría la moto al suelo. Rápidamente, los ocupantes de los coches de atrás saldrían para echarnos una mano y levantar la moto. Nada, en cuestión de segundos otra vez en marcha sin un mínimo daño. Una indecisión, un golpe de freno, moto supercargada….  ...es lo que tiene. Llevábamos 119 km., y los siguientes 45 hasta la boca del túnel New Tyne los haríamos a toda castaña. Este túnel, horadado bajo el río que le da nombre, tuvo su última construcción en 2011. Desde los años 50 disponía de túneles de 270 m. para peatones y ciclistas respectivamente. Un primer acceso para vehículos de motor se inauguraría 16 años más tarde.
Para los vehículos a motor, la longitud que recorre a 12 m. por debajo del nivel del río es poco más de una milla. ¡Ah, super importante, es gratis para las motos!

Subíamos hacia el norte por la A1, y a la altura de Morpeth nos desviamos a la izquierda por la A697, menos rápida y más tranquila.

Con 230 km. hechos, aparecimos en Alnwick. ¿Y qué tiene Alnwick? Pues tiene lo que trae consigo consultar en Internet sobre la posible ruta que vas hacer al día siguiente. Todo eso en un pub, después de cenar, y tras un par de pintas. Pues eso; que quiso la casualidad que leyéramos que en está Villa del condado de Northumberland hubiera un castillo de estilo gótico inglés (Alnwick Castle) donde se rodaron escenas de Harry Potter, Robin Hood, o de la serie de televisión Dowton Abbey. Y para allí que nos fuimos a hacernos fotos con los dobles del señorito Potter y Dumbledore, y a aprender a volar en escoba.

En el castillo de Alnwick, escenario de muchas secuencias de Harry Potter

Ah, y para seguir dando relevancia a las motos, el parking gratis. Aquí, entre comer un bocado, las fotos y la visita, estuvimos como hora y media; o sea, que a eso de las 15:30h. nos pusimos en marcha de nuevo por una carretera que flanqueaba toda la muralla de la parte norte del Hulne Park.
Tranquilos, y en un suave descenso por la B6346, tomamos la A697 de nuevo hacia el norte.

Al cruzar el río Tweed nos topamos con un gran cartel que nos informa del inicio de las tierras de Escocia, y el orgullo de ser Coldstream el primer pueblo. Quiso otra vez la casualidad que se produjera un atasco de coches a la entrada del pueblo, porque los policías estaban deteniendo el tráfico para no alterar un desfile institucional con una banda de gaiteros y tambores. A mí, que ya me borboteaba la sangre, cual William Wallace, pues por ahí que me busqué una callejuela para sortear el atasco, y salir justo por el otro lado del pueblo. ¡Bien; jugada redonda! Vimos el desfile, la ofrenda, los gaiteros,... todo. Muy auténtico. A la postre, las únicas gaitas que volvería ver serían un imán de frigorífico que compré para mi madre, y otra en forma de ambientador.

Hala pues, otro piscolabis, y a rular de nuevo. Ya eran las 16:30h. y todavía nos quedaban más de 80 km. por hacer.

Rodábamos rápido por una ancha carretera ascendente, ya a las puertas de Edimburgo, cuando comenzaron a caernos las primeras gotas de lluvia. Un cielo gris y plomizo no presagiaba nada bueno. La bajada, también muy larga, y limitada a una velocidad inferior a 50 km/h., tenía el firme totalmente mojado. De nuevo, en un centro comercial a la entrada de la capital de Escocia, llenaríamos el depósito de la TMax y así quedarnos despreocupados para mañana.

Enfilando la calle Mayfield Gardens, donde estaba el Swan Travel Hotel, nos comenzó a llover con cierta intensidad y, si algo nos mojamos, fue porque el hotel estaba a la derecha y precisamos llegar hasta un cruce o rotonda para dar la vuelta. El chino que gestionaba el garito, al vernos llegar de moteros, nos dijo que la semana anterior robaron un par de motos en la zona a unos turistas; y lo sabía porque la policía estuvo barriendo todos los inmuebles de la zona. Aún y con todo, la aparcamos en la trasera del hotel y le pusimos el candado como siempre. Después de deshacer el equipaje, y sin cambiarnos, decidimos recorrer Edimburgo con la moto. Así, a grandes rasgos y de forma sucinta, nos haríamos un poco a la idea de dónde estaba el cogollo de la ciudad.


Callejeando por Edimburgo

Raquel, a la cual yo le había chapuceado las botas con cinta aislante, empezó a desesperarse porque se le despegaron las suelas y andaba como un buzo con aletas. Ya eran las 7 de la tarde y el comercio cerraba; así que las únicas tiendas que permanecían abiertas eran de artículos para turistas. ¿Solución? Terminar de arrancar las suelas y andar sobre la capa de espuma que había entre el fondo de bota y la suela. 
De lujo en el pub No. 1 de Edimburgo


Princess St., High St., -donde en el pub No. 1 dimos cuenta de una buena cena y nos atendieron divinamente-, y una vuelta por alrededor del Castillo, fueron algunos de los lugares por donde anduvimos. Eso sí, ¿tiendas? tropecientas en busca de unas botas, no ya de moto, sino de cualquier estilo.









Track Ruta: York - Edimburgo




Lunes, 1 de agosto de 2016. Edimburgo - Inverness (296 km.)

Aquí en Edimburgo iba a ser el único sitio donde nos trajeran el desayuno a la habitación. A la puerta llamó una chica portando una bandeja con croissants, zumos, yogures, fruta, mermeladas… El té y el café, como ya los tienes en la habitación, pues eso. No era muy british -y la chica tampoco-, pero suficiente para empezar la jornada con las pilas cargadas. Otro día que amanecía espléndido. Luego ya llegarían las 5 de la tarde y soltaría el chaparrón de rigor -as usual-, pero esperemos que no. Nos ponemos en marcha a las 9:15. Misión: comprar unas botas para Raquel. Dejaríamos "la Atenas del Norte" buscando la villa de Queensferry para cruzar por el Forth Road Bridge el río que da nombre al puente, y que cruza el estuario frente al mar del Norte. Este puente colgante tendrá como 1,5 km. de largo, y según lo cruzábamos a la velocidad limitada de 40 millas por hora, veíamos como a medio kilómetro hacia el mar avanzaban en la construcción de un segundo puente. Nada más atravesar esta construcción, el gas nos mandó hacia una carretera local B981 a la derecha, que subía hacia el norte más o menos paralela a la autovía M90. Éste ha sido mi primer gran viaje en moto, y creo que jamás llegaré a entender el uso de autovías o autopistas por los vehículos de dos ruedas, excepto si tienes mucha prisa -cosa mala si eres motero- o como vía de escape por algún problema surgido. Al menos aquí en UK, donde hay un respeto enorme hacia la moto, donde el estado de las carreteras es de una limpieza y conservación exquisita, donde existe señalización específica para motoristas, y donde ninguna curva sorprende con un susto, no ir por ellas no se justifica con nada y, lo que es peor, hace que te pierdas todo. A la altura de Ballingry (km. 45) rodeábamos por la derecha el lago Leven, que da vital apoyo a la ganadería, a la agricultura, y al ocio, en este concejo de Fife, cuya capital es Glenrothes.

Al pasar por Friarton (km. 75), paramos en un Tesco Superstore; una especie de Eroski, para ver si de una vez encontramos alguna bota. Nada, salvo zapatillas de andar por casa y zapatos de abuela. Media hora más tarde, tras constantes giros de cabeza en busca de zapaterías, tiendas de deporte o motos, en Blairgowrie, veo una tienda de caza y pesca. Preguntamos, pero todas las botas que tienen son números super grandes. Muy amable el señor, nos indica una tienda de ropa por la que acabamos de pasar y que venden botas de montaña. 


Raquel se acababa de poner las botas (literal)
La tienda es Doig & Sons. El surtido de botas es enorme, y la señora que nos atiende amabilísima; con este panorama, le dejo a Raquel en buenas manos y que vaya probándose pares mientras yo me voy a traer la moto para aparcarla frente de la tienda. Para cuando regreso a la tienda, Shirley y Raquel ya parecen amigas. La mujer nos cuenta que su marido tiene dos motos -una Triumph y una Harley- y que cuando cierren por vacaciones también se van a ir hacia las Highlands. Bueno, pues fruto de la charleta, la mujer nos hizo un descuento extra y nos dejó unas botas de membrana por 75 £.

A partir de aquí, la ruta iba a dar un giro radical. Una cosa es el encanto de las villas inglesas y su campiña, y otro la serenidad, los contrastes, y la belleza de las montañas del norte de Inglaterra El parque nacional Cairngorns se dejaba recorrer a través de las suaves pendientes de la carretera A93, que convertían nuestra Yamaha en una mecedora con ruedas. La temperatura, ideal para el viaje, rondaba los 20°C.
Sin darnos cuenta estamos ganando altura. Mirando la carretera hacia arriba, daba la sensación de que unos imaginarios gigantes que moraran en este edén hubieran desenrollado desde las colinas en lontananza una alfombra de asfalto que se amoldaba perfectamente a la orografía del parque, y que permitía que nuestra moto se deslizará plácidamente entre curvas, vaguadas, y collados. 


Pendientes suaves y curvas sinuosas
en las carreteras de Escocia
En el descenso a Braemar, la temperatura había bajado hasta los 13°C. Abandonamos la A93 para tomar la B976 en el cruce con Crathie. Allí vimos indicaciones que te guiaban hacia el castillo de Balmoral, residencia estival de la reina Isabel II, y que está ubicado en el condado de Aberdeenshire. Como no es santo de nuestra devoción, y puesto que el día se empezaba a nublar, obviamos esta visita.

Mis primeros contactos con las Highlands. Un paraiso
Tanto las subidas como las bajadas eran ahora marcadamente más fuertes, y la carretera se había tornado más estrecha. En un alto paramos a hacer unas fotos, y rápidos reanudamos la marcha al ver las cortinas de lluvia que se divisaban a lo lejos. Desde Cockbridge la carretera sigue subiendo hasta toparnos con una estación de esquí ¡a 650 m de altitud! Parece broma, pero esta carretera A939 es una de las primeras carreteras de Escocia en quedar bloqueadas en invierno por la nieve. Pasaban ya de las 13:30 h. e iba siendo hora de echar un bocado. Los carteles anunciando destilerías de whisky empezaban a salpicar los arcenes de la carretera. Estaba claro que la visita a una de ellas era preceptivo, pero ahora tocaba comer. En Tomintoul hicimos escala en The Clockhouse Restaurant. Allí dimos cuenta de un par de sopas del día, un chicken royal, una burger y dos Coca-Colas; total 26 £. La temperatura siguió bajando tras la parada; pero creo que la sopa, además de reconfortarnos, nos ayudó a reanudar la marcha con menos destemple. Nos quedaban aún 88 km.


Welcome to the Highlands
Siete km. más adelante paramos junto a un cartel que nos daba la bienvenida a las Highlands. Foto obligada.

En Carrbridge (km. 244) paramos a repostar. Quizás el depósito no estuviera en la reserva, pero yo estaba sugestionado con el aviso de repostar siempre que pudiera, porque en las Highlands te puedes encontrar con muchas millas de distancia entre gasolineras, la restricción de los horarios, y que cierran cuando les da la gana. Fuimos avanzando rápido por la A9, exceptuando un tramo que, junto al lago Moy, nos desvió por la local B9154 durante un poco más de 10 km.

Atravesamos Inverness por su parte norte, entre la ciudad y el fiordo de Beauly. Desde la desembocadura del Canal de Caledonia hasta Kirkill, donde teníamos el hotel (The Old North Inn), tomamos durante 9 km. la carretera que recorre la parte sur del fiordo. Por la noche, en el pub, cenaríamos el consabido steak pie y un mixed grill. Y como la cama esperaba, no había excusa para ir catando tantas pintas como grifos tuviera el pub ¡¡Hics!!

Track Ruta: Edimburgo - Inverness







Martes, 2 de agosto de 2016. Inverness - Inverness (315,4 km.)

El parking del hotel Old North Inn era literalmente una conejera. Desde la ventana de la habitación podías ver cómo multitud de conejos salían de entre un pequeño bosque de abetos jóvenes y brincaban a un lado y otro de la moto.

Otra mañana de madrugar. Hoy tocaba movernos por las auténticas Highlands, pero sin saber realmente dónde llegar ni por dónde ir. Lo único que teníamos claro, es que este día sería para dedicarlo íntegro a esta vasta región, y mañana a llegar a la isla de Skye y lo que se terciara después.
Yo empezaba a sufrir por pedir a Raquel levantarnos pronto y arrancar cuanto antes, pero ella lo aceptaba de buen grado. El rato malo sólo lo tenía al despertar. 
Pues con esta premisa, a eso de las 8:10 h., espantamos a los conejillos del parking para después iniciar la ruta por Beauly y cruzar el fiordo Cromarty por el puente del mismo nombre. Este puente es una construcción de un poco más de dos kilómetros que lleva la carretera A9 hasta Evanton (km. 32). Justo al lado, Invergordon brinda amarre a aquellos cruceros que ofertan visitas a los castillos de Escocia, a las destilerías de whisky, al lago Ness, a Glasgow, a Edimburgo, etc., etc.
Transcurrida la primera hora, la ruta nos asomaría al fiordo de Doornoch, desde el balcón natural de Struie Hill (km. 57), donde hay una mesa de orientación y un cartel informativo que nos pondrían al tanto de la toponimia y la biodiversidad de la zona, haciendo especial mención a la pesca del salmón. Una paradita de cinco minutos para culturizarnos, unas fotitos, y otra vez a lomos de la TMax.

Raquel leyendo la bioguía del mirador de Struie Hill
Cruzamos el fiordo por Donald Breach a través de otro de estos bonitos puentes con arco superior. A partir de Lairg, que está 17 km. después, nos acompañarán en el viaje montones de Lagos (como en este caso, Loch Shin) que, con sus casitas y barcas de pesca para salmón, le entra uno un poco la vena de oso grizzly ansioso por llevarse un bocado entre las fauces.


Cruzando uno de los muchos puentes 
de arquitectura mixta

Otra de las curiosidades de esta etapa son los tramos de carretera con passing places o apartaderos. A veces podrás hacer varios kilómetros y coincidir que quien viniera de frente se fuera apartando, pero otras muchas nos tocó pararnos a nosotros. No pasa nada; cuando te cruzas, todo el mundo se saluda.
Ah, y hablando de saludar, ¿cómo se saludan los moteros en UK si la mano la tienen en el puño del acelerador?. Pues con una especie de reverencia, ladeando la cabeza. También diré que, de cruzarte con un grupo de moteros, es únicamente el que precede el encargado de dar el saludo. ¿¿??

Loch Merkland, Loch Nan, Loch Stack, ... Todos bordeados por la A838, sin tráfico, sin apenas desnivel, sin capacidad de imaginar qué pudiera haber más allá de donde la vista nos alcanzaba. Como decía, una tierra de gigantes. Ningún impacto al medio ambiente más allá de donde acababa el último centímetro del ancho de la carretera. Con esta cautela, detuve la moto frente al Loch Stack para sacar unas fotos. El día, aunque frío, era radiante y había una luz increíble gracias al sol que hacía resaltar el contraste del verde de la vegetación, el azul de los lagos, y el gris de las montañas.


Parada frente al lago Stack
Unos cuantos posados, sesión de palito selfie, y a la carga de nuevo. El día se había tornado ventoso, y se agradecía volver a ponerse el casco y los guantes. 
Km. 143. Laxford Bridge. Habíamos llegado a la parte más septentrional de nuestro viaje. Sin darnos cuenta estábamos a la altura de Noruega, Suecia, Estonia, y no teníamos intención de batir nuestro récord de latitud subiendo hasta Thurso. Con las mismas, un vistazo al gps para ubicarnos, y rumbo a Ullapool, no sin antes repostar en la pequeña villa costera de Scourie.
Lagos a un lado y al otro salpican nuestra ruta, y se pueden contar por cientos. La carretera serpentea al capricho de la orografía y tímidamente, como no queriéndose mojar, salta entre las minúsculas penínsulas que han sido creadas por estos mares interiores de la costa oeste de Escocia.


Otra parada para echar la vista atrás
Dejando atrás el Loch Glencoul, no perderíamos la oportunidad de pararnos y volver a contemplar desde una atalaya lo que nuestros ojos no habían sido capaces de ver mientras circulábamos. La verdad es que cada vez que la carretera iba para abajo, merecía la pena la parada y echar la vista atrás.

Al fondo, el castillo de Ardvreck
El castillo de Ardvreck también saldría a nuestro encuentro para reclamar un espacio en nuestras memorias; bueno, de momento en la tarjeta de memoria de la cámara de fotos. Pero hay que reconocer que en la orilla del Loch Assynt, aunque perdiera la foto, el recuerdo de la figura casi fantasmagórica de lo que fue el hogar del clan McLeod, es imborrable.

En el kilómetro 193 tomamos a la derecha el desvío hacia Elphin y Knockan por la A835 que, siempre en suave descenso, nos llevaría de bruces hasta el mar de las Hébridas. De allí, a nuestra parada planificada, Ullapool; más que nada porque era el pueblo más grande de toda esta zona de las Highlands.
Un atractivo de Ullapool es que su origen es fruto de la actividad pesquera y, como yo ya venía sugestionado con la pesca del salmón durante toda la etapa, pues como que tenía mono de comer pescado. Buscando un pub, aparcamos finalmente la moto en Argyle Street, junto al hotel Argyll y frente a la playa. No eran aún las 12:30h., pero ya teníamos más hambre que Falete en supervivientes; así que pedimos la carta. Raquel no olvidará nunca aquella sopa de brócoli, que le calentaría cuerpo y espíritu. Compartimos el Seafood Deli Plate, que era una degustación de especialidades tales como caballa ahumada salteada, arenque en escabeche con eneldo dulce, salmón ahumado de Ullapool macerado en whisky de malta, y gambas, acompañado todo con torta de avena con queso cheddar y ensalada. ¡Ayyyyyy, si no fuera porque hay que seguir la ruta! Era injusto no regar todos estos ahumados como hubiera sido menester, pero… ...¡ya llegará la noche!
Seafood Deli Plate
Una hora y media nos llevó la sentada, y para cuando decidimos reanudar la marcha, vuelvo a parar a 50 metros para fotografiar un cementerio que bien merecido tendría llamarse área de "descanso eterno", de lo bonito que era.
Loch Drama, loch Glascarnoch y loch Garve, precedieron a la villa de Maryburgh. 

Por aquí, tras un pequeño vadeo comparado con el puente por el que cruzamos por la mañana, atravesamos el fiordo Cromarty para llegar a Inverness por el espectacular Kessock Bridge. En Inverness, paseo por la ciudad, unas compras, y… ...evitar la tentación de comprarme un kilt.

De paseo y comprillas por Inverness
Esa noche, ya en el hotel, iba a purgar mi pena de no regar la comida de hoy con un whisky de malta. Previamente, como viene siendo habitual, cerveza para pasar la cena. En la de hoy elegimos sopa del día, pollo ahumado, y pollo Highlander; ahí es nada. ¡Venga, pronto al sobre, que mañana hay que madrugar!

Uno de los atractivos de hacer un viaje de este estilo, es que no sabes dónde te vas a alojar hasta que vas viendo la zona, intuyes lo que te va a gustar, o eliges aquello que -por distancias-, te conviene. Ahora estábamos en la situación en que no teníamos hotel para mañana. La idea inicial era bajar por todo loch Ness y subir después hacia Isle of Skye; a partir de aquí, cualquier alojamiento disponible estaría bien. 
Se aliaron fatalmente Booking y otro montón de centrales de reservas para que no tuviéramos nada disponible hasta Stirling. ¡Dios, qué kilometrada nos espera!

Track Ruta: Inverness - Inverness


Miércoles, 3 de agosto de 2016. Inverness - Stirling (643,3 km.)

Puntuales, a las siete horas nos ponemos en marcha en una mañana gris, fría, y con niebla, en la que cada minuto que pasara sin llover iba a ir en beneficio de nuestro cuerpo. Había mucha humedad por haber llovido durante la noche. Ese era el panorama para la jornada de hoy. 

Sobre Urquhart Castle (Loch Ness)

En poco menos de media hora llegamos a orillas del mítico Loch Ness; concretamente, frente al Urquhart Castle. Las nubes bajas sólo nos permitían ver una minúscula franja de tierra por encima de la otra orilla. La lluvia aguantaba y la transparencia del aire permitía hacer buenas fotos. Rápidamente seguimos ruta.

En casa, preparando la ruta, llegué a pensar que rodar junto al lago nos daría la posibilidad de otear la superficie de sus aguas en busca de cualquier sombra, movimiento, onda, o lo que fuera; pero en muchas ocasiones la barrera vegetal impedía saber siquiera que allí estaba el "monstruoso" lago. Así durante 16 km.

Abandonamos la compañía del lago tomando un desvío a la derecha y remontando el río Moriston. La regulación del tráfico por algún tramo en obras nos obliga a parar, e incluso la policía nos desviará a causa de un desprendimiento. Seguidamente vimos a un coche que se salió de la carretera pocos segundos antes de pasar nosotros, y evitamos el atasco porque ya estaba siendo auxiliado por quienes nos precedían. 

Con más interrupciones de las que hubiéramos deseado, llegamos al castillo fortaleza de Eilean Donan, icono superfotografiado y escenario de pelis como Los Inmortales o Braveheart. Como eran las 8:50h., aún no lo habían abierto a las visitas y, como empezaba a chispear, decidimos continuar. No seríamos tan románticos como el chico que esbozaba en un papel las líneas del castillo a golpe de carboncillo pero..., la cámara digital nos hace pragmáticos. ¡Y ayuda a que nos mojemos menos! 
Frente a Eilean Donan Castle
La Isla de Skye, lugar tan aconsejado por numerosos viajeros, no llegó a defraudarme; pero casi. Y explico por qué. A ella llegamos rodando por la enorme chepa que hace el Skye Bridge. Este puente, motivo de fuertes conflictos por las tasas de peaje (2,90 £/moto) y que ahora es gratuito es -junto con el ferry- la única vía de acceso. Pues todo fue cruzarlo, y darte la sensación de que todos los autobuses matriculados en el Reino Unido se hubieran concentrado allí.


¡Qué chulo. Como si fuera el dueño del castillo!

No hay que tener mucha imaginación para hacerse a la idea de lo que es ir en moto a 40-50 km/h, tras una fila que parecía no tener fin, bajo un cielo cargado de lluvia, y con la sensación de ir todos al mismo sitio. Desesperante. Así, a la primera oportunidad que tuve, y más por una intuición, tome un desvío a la izquierda a la altura de Sligachan.
Carretera vacía, ancha y, en principio, que parecía no llevaba a ninguna parte. Lo cierto es que la cogí porque en mi cabeza tenía la idea de que en la parte occidental de la isla estaba la destilería de whisky Talisker, uno de los objetivos de esta etapa.

La noche anterior, diseñando la jornada de hoy, vimos la posibilidad de visitar esta destilería que, por otro lado, es la única en la isla. Entro en la web (Talisker Destillery) y veo que haciéndote amigo puedes imprimir un vale para visitarla gratis. Se lo digo a Raquel y... ¡hala, los de Talisker ya tienen dos amigos más!
El aislamiento de esta carretera y el control sobre la reserva del nivel de gasolina hicieron que nos saltáramos sin querer el cruce a Carbost, por lo que de no encontrar la destilería nos centramos en buscar una gasolinera. Dunvegan parecía lo más cercano. Cuando lo lees en crónicas viajeras no lo llegas a creer, pero llegar a este pueblo, parar en la estación de servicio, y que te digan que el servidor de gasolina está fuera de servicio, te hace sentirte mofado. Llevamos algo más de 200 km hoy. No recuerdo cuánto anduvimos después de repostar ayer, y es difícil de calcular las distancias y los servicios que ofrece esta isla; así que la tensión por no quedarnos tirados merma el disfrute que estos parajes se merecen. Finalmente, a 35 km, Portree, la ciudad más grande de la Skye y enclave estratégico para el turismo, saldría a nuestro camino para salvarnos.
Una vez en Portree, lo obligado era subir hasta Staffin para ver el salto de agua de Kilt Rock en unos acantilados basálticos de 60 m. de altura. Volviendo por la misma ruta a Portree, comprobamos que parte de los autobuses que abarrotaban la isla con excursiones, se perdían por la colina rocosa The Storr, con sus formaciones Needle Rock y The Old Man of Storr.


Al fondo, los acantilados de la costa este de Skye
La cascada de Kilt Rock
De nuevo en Portree, no nos quedaba más que buscar la destilería Talisker, así que retornamos hasta el cruce por el que nos escapamos de las caravanas un par de horas antes. A 8 km del cruce, identificamos el cruce a Carbost que no supimos ver en nuestro primer paso.
La destilería Talisker está al final de la villa costera de Carbost. Dispone de un parking al que llegamos empapados -a dios gracias- por fuera. Así que nada más entrar al centro de visitantes, intentamos secar la ropa y guantes con los secadores de manos de los baños.
La chica de recepción nos permitió la entrada libre sin enseñarle ningún justificante de que éramos Talisker's friends, y así nos ahorramos 10 libras cada uno. Encima, con cada entrada, nos dio un descuento de cinco libras para la tienda. Pero en lo que no transigió la chica fue en meternos en algún hueco del horario de visita más cercano, y nos tocó esperar hasta las 14:15h. Era casi la una de la tarde, así que aprovechamos para comer en el único pub del pueblo, el Old Inn. Estaba atestado de gente, pero rápido nos hicimos con una mesa en un pequeño comedor de madera con vistas al Loch Harport. Unas sopas y una lubina bastaron como ejemplo para reconocer una calidad de productos y una presentación de platos excelente. 

Volviendo a la destilería, aún tuvimos tiempo de conocer la historia de la isla de Skye y de la propia destilería a través de los murales expuestos. Botellas de whisky de precios desorbitantes y cositas de merchandising completaban los expositores de la recepción del centro de visitantes.

A punto de entrar a visitar la destilería de whisky
La visita estuvo bien. Como la mayoría de visitantes eran británicos, la departieron en inglés. 
El guía, a la hora de ofrecernos a cata un chupito de Talisker Dark Storm, nos iba preguntando de donde éramos. ¡Qué salado! Reconoció que una vez se vino a España -concretamente a Salamanca- para quedarse 15 días, y se quedó ¡dos meses! 
Un compañero de trabajo me dijo que no dejara pasar la oportunidad de probar Lagavulin 16 years y, como lo vi en la tienda, para la maleta de la moto que fue. ¡Pagando, claro!

A las 15:40h. reanudamos la marcha. Tres horas parados. En la moto se puede pensar que es una pérdida de tiempo; aunque si se aprende, se convive, y uno se alimenta con lo autóctono de allí donde para, está sobradamente justificado. Parece que a esta hora el tráfico es menor, y ello nos permite abandonar la isla a mayor velocidad de la que entramos.
Desandamos gran parte de la ruta hasta Moriston Bridge (km. 425 y son las 17:18h.) para continuar por la A87 hasta Loch Garry, Loch Oich, y Loch Lochy. 

Recuerdo un detalle curioso y que ratifica la calidad de los whiskys de esta tierra. Tras dos horas de haber abandonado la destilería, y gestionando un cruce en Invergarry (km. 447), le dije a Raquel que yo aún tenía en el paladar el grato regusto del whisky, como aquel que te deja un amargo y buen café. Lo mismo opinaba ella.

La A82 nos llevaba a Fort William, donde paramos a repostar. Fort William lo tiene todo grande; es la villa más grande de las Highlands, está al lado del lago más largo de Escocia (Loch Linnhe), y es la villa más cercana al monte más alto del Reino Unido (Ben Navis).
Empequeñecidos por tanta grandeza, y con el depósito lleno, seguimos la ruta con prisa por apurar la luz diurna. 

No abandonábamos la A82 -carretera que une Inverness con Glasgow- y eso nos aseguraba transcurrir por los paisajes e iconos más notables de las Highlands. No en vano, hay publicadas bastantes guías de viajes de tramos específicos de esta ruta. Por el tramo que ahora íbamos a circular, era el parque Nacional Lago Lomond y los Trossachs, y me hubiera encantado haberlo hecho con más tiempo, con más luz, y sin llover. De las cuatro zonas en que se divide este parque, nosotros iríamos por la conocida como Breadalbane, que es dónde están las montañas más altas que la definen popularmente como "tierra de gigantes". El camino nos llevaba ahora por Tyndrum y luego a Callander por la A85 y A84.

Antes de Crianlarich (km. 568) tuvimos la mala baba de pillar un pedazo camión maderero que, no facilitándonos el adelantamiento, nos limitaba bastante la velocidad. Eran las 19:30 h. y la luz del día se iba por minutos. Para cuando podemos pasarle, voy y me equivoco de cruce en este pueblo. Al retornar a la ruta, nos topamos otra vez con el camión abriendo la procesión. Todavía estuvimos 10 km. detrás de él hasta poderle adelantar en un repecho.

Entre Callander y Doune, pequeñas ciudades que atravesaríamos con las últimas luces, diríamos adiós al parque nacional y a las Highlands. A la salida de Doune, al pasar el puente sobre el río Teith, un coche de frente nos dio las luces. ¿Será un radar? ¿De que nos avisará? La oscuridad ya era total y la carretera brillaba por el efecto de los faros en el asfalto mojado. Ese brillo, que no sabes si lo que alumbra es una película de agua o la Fosa de las Marianas, nos dio el susto del día al meternos de bruces en una balsa de agua que atravesaba la carretera. La moto empezó a vibrar como si surfeara por encima de piedras. Desaceleré y sujeté fuerte el manillar hasta que conseguí surcar la balsa con total dominio. Fueron los 60 m. más angustiosos que haya vivido. Por suerte, tanto Raquel como yo reaccionamos bien y la cosa no fue a más. Ahora sí, agua nos cayó encima toda y más.
Manjares indios en el restaurante Spice Garden

Pasadas las 20:30h. llegamos a Stirling. Localizado el alojamiento Lost Guest House en la Melville Terrace, rápidamente nos secamos, nos cambiamos de ropa, y nos fuimos a cenar no sin antes yo decirle a Raquel lo orgulloso que estaba de ella por el aguante demostrado durante todo el viaje y especialmente por hoy, que habían sido casi 13 horas de tralla.

Para cenar, elegimos el restaurante hindú Spice Garden, que aportaba toques escoceses a la comida, aparte de una gran calidad y servicio. Sin duda, habíamos rematado con un gran broche la que sin duda fue la etapa reina de nuestro viaje. 

Track Ruta: Inverness - Stirling



Jueves, 4 de agosto de 2016. Stirling - Stirling

Stirling es una ciudad histórica. De hecho, es la ciudad más pequeña de Escocia, pero su iglesia de la Santa Cruz es, junto a la Abadía de Westmister, la única del Reino Unido donde se ha celebrado una coronación. En los campos a las afueras de esta ciudad se fraguaron cruentas batallas entre Escocia e Inglaterra. Stirling conoció durante la edad media a los reyes que moraron en su castillo, a los que ahora descansan en su cementerio antiguo, a los que pasaron sobre y bajo el puente en el que el ejército de William Wallace derrotó a los ingleses en una de sus primeras guerras de independencia, o al líder del clan McGregor, Rob Roy.

Por tanta historia, y por el aciago capricho de algún fantasma que rondaba entre la explanada del Castillo y el cementerio antiguo, nos vimos obligados a pasar un día completo en Stirling. Para nuestro consuelo, nos movemos en un mundo de vivos, y son estos los que nos rescatan, los que nos dan lo mejor de ellos, y los que nos ponen los pies en el suelo para después darnos una palmada y decirnos, ¡venga, que no pasa nada!
Llevo meses viendo reportajes y leyendo libros del moto aventurero Miquel Silvestre, del cual se me ha quedado una frase en la que decía que un hombre que viaja solo suscita la piedad en todas las partes. Pues yo añado, "y si viaja con su hija, más". Esto, que así de corrido no aporta nada al lector, a mi me sirve para recordar que cualquier situación extrema hace aflorar la verdadera cualidad humana de las personas. 


Raquel y sus "asquerosos chuches"
Aparte de estas reflexiones, una jornada de descanso nos permitiría pasear por la ciudad, hacer fotos, revisar la moto, visitar lugares, comer con cerveza, y descubrir la tienda de dulces más mágica que jamás hayamos visto, "Mr. Simms", en Port Street. 

En un nuevo ejercicio de frikismo, Raquel compró una caja de grageas Bertie Bott's, o también conocidas como las que Hermione y Ron regalaron a un convaleciente Harry Potter, y que se caracterizan por sabores tales como suciedad, cera de oídos, jabón, huevo podrido, vómito, y otras delicatessen.

Para ir y volver de los paseos, teníamos el hotel Portcullis como lugar de descanso. 
El encantador Hotel Portcullis, en Stirling

Pub con buenas cervezas y comida, coquetas habitaciones, e inmejorable entorno, eran parte de los encantos de este edificio construido en 1787, que antes de ser hotel fue escuela y almacén militar. 

En la recepción, un conserje primo hermano de Nosferatu, era el perfecto guía para indicarnos que las vistas que ofrecían los estrechos ventanucos de la escalera de caracol sobre el cementerio viejo, nos podían perturbar el descanso. Nada más lejos.

Vista del cementerio viejo de Stirling
desde un ventanal del hotel


Panorámica de Stirling desde la habitación del hotel Portcullis


Viernes, 5 de agosto de 2016. Stirling - Liverpool (412,3 km.)

Sin compañía alguna, en un comedor con vistas al castillo de Stirling, abreviamos el desayuno para poner rumbo a Liverpool, destino de la etapa de hoy, no sin antes pasar por Glasgow (km. 45), a la que llegaríamos en 35 minutos por la M80.

No entraré en ninguna valoración de cómo sea o deje de ser Glasgow, pues seguramente me equivocaría de pe a pa; porque el ambiente financiero de un viernes a las 10 de la mañana, visto desde la moto, y cuando aún no has calentado las gomas, no nos tentó para nada a que hiciéramos una parada aquí, sino a callejear sin más. Y digo yo que los glaswegiams sabrán hacer otras cosas aparte de barcos y tocar la guitarra; porque aquí nacieron el Lusitania, el Queen Mary, el Queen Elizabeth, Angus Young, y Mark Knopfler, entre otros.
Nuestra vuelta por la tercera ciudad del Reino Unido se limitó a entrar por Cathedral St., enfilar Renfield St., girar por el entramado de Central Station, cruzar el río Clyde por el Glasgow Bridge, y salir de esta urbe por la M74.

En el tramo entre Glasgow y Gretna Green, coincidente con la M74, marcaríamos la velocidad media más alta de cuantas habríamos conseguido. Desde luego, ir por autovía, sin nada en lo que fijarte, hace que le des al puño para que se acabe cuanto antes. En Gretna Green acaba Escocia y comienza la M6 para dirigirse al centro del Reino Unido.
Apuraríamos el depósito de gasolina para hacer una primera parada en el área de servicio de Orton (km. 259).

Tanto tramo de autovía nos hizo avanzar mucho y muy rápido; así que después de repostar decidimos dejar la M6 y tomar la A685 para ir más tranquilos y empezar a ver algo de paisaje.
Los cambios de carretera y cruces se suceden en un laberíntico trazado en el que el Tomtom no duda ni un momento. Ni el más mínimo incidente por el que nos metiera en alguna encerrona; que se oyen cosas muy raras las que pueden liar estos trastos. Pero a nosotros, ni una.

Rodábamos por el condado de Cumbria, entre pastizales, cereal, y pequeños bosques, acompañando en su descenso al River Lune hasta Kirkby Lonsdale (km. 279), donde mucha gente aparcaba sus coches para asomarse al Devil's Bridge.
Lancaster, sobre el km. 320, lo dejamos a nuestra derecha.

Garstang (km. 335), Preston (km. 352), y Burscough (km. 379), son ciudades del condado de Lancashire por las que pasaremos antes de llegar a la carretera A580 que, a la postre, nos meterá en Liverpool por Everton y Anfield con abrumadora señalización para acceder a sus respectivos campos de fútbol.
A las 15:52h. llegamos al hotel Radisson Blu, en Old Hall St., y bastante bien ubicado por cierto. Un rápido cambio de ropa, y a la calle a buscar un sitio para echar un bocado.


Mrs. Rachel & Mr. John

Una vez localizada Matthew St. visitamos el Cavern Pub, donde tomamos una pinta a la vez que un grupo local entonaba sus primeros temas. ¡Dios, qué buena sabe la primera! Antes de los primeros compases, yo me estaba quedando con la cara de un tipo mayor que estaba sentado entre un grupo de cuatro personas. ¿De qué me suena esa cara? ¡Era el mismísimo Jerry Lee Lewis! Toda la discreción que a mi me sobraba, les faltó a un grupo de rockeros españoles que comenzaron a hacerse fotos con el famoso, a la vez que apuraban sus respectivas pintas. Era sorprendente lo abierto que fue el Sr. Lewis, aunque yo creo que estaba aburrido de que no le reconociera nadie.  
Con el ánimo de volver cuando la tarde haya caído, y comprobar que esto se haya animado un poco más, nos fuimos hasta el puerto porque una recepcionista del hotel nos comentó que frente al Open Eye había bastantes locales con buena comida. Total, que en el Albert Dock dimos con un garito de lo más peculiar: The Pumphouse. Buena oferta de bebidas y comida, y muy atentos. ¿Y lentos? ¡Lentísimos! Te daban el ticket de la comida y te fijaban la hora; si te interesaba, te quedabas, y si no, te ibas. Decidimos esperar a pesar de que iban a tardar 40 minutos en sacarnos la cena. Los 40 minutos se fueron a una hora y cuarto. Bueno, prisa no había; así que tras llenar la tripa volvimos a Matthew Street a respirar el ambiente de los 60's. ¿Respirar? 

En el Cavern Club (Liverpool)

En el Cavern Club podrá haber de todo menos aire. ¡Qué calor! Con tanta peña, llega a resultar un poco claustrofóbico, a menos que te apartes hacia  la barra o a la zona de merchandising.

De vuelta al hotel, compruebo que la moto está a salvo en la zona donde me dijo la recepcionista que la aparcara. Y es que aunque por el día aquella zona fuera la City, por la noche no se veía un alma. Así, con el Help y el Ob-la-dí Ob-la-dá, entre otros resonando en la cabeza, nos fuimos a la cama.


Sábado, 6 de agosto de 2016. Liverpool - Newport (345,3 km.)

Tras un desayuno que distaba ya mucho del típico escocés o inglés, pero digno del mejor buffet internacional, dejamos el hotel Radisson cuando empezaban a llegar los invitados de una boda en la que una chica llevaba los únicos zapatos -y en esto me apuesto una mano- que había encontrado a tono con el vestido. Nooooo, no le iban grandes; los podría utilizar como ferry para llevar a todos los invitados de la boda de Liverpool a Dublín.

Con este desmán a la moda británica, partíamos de la puerta del hotel con una sonrisa en la cara para hacer la etapa en la que cruzaríamos todo Gales. Por ser sábado, y las 9:40h., el tráfico en la ciudad era mínimo y sólo parábamos en los semáforos. Mientras la luz pasaba del naranja al verde, en un cruce de Parliament Street, tuve la oportunidad de distinguir la marca de bicicletas Giant. El Giant Store Liverpool se ubica en un vasto edificio de seis plantas con fachada de ladrillo rojo y negro, enmarcado en una construcción típica de lo que pudo haber sido una fábrica de mediados del siglo pasado. Es lo que tiene ser aficionado al ciclismo; que los ojos se te van a estas cosas. 
La salida de Liverpool es por el sureste, hacia donde está el aeropuerto de Liverpool John Lennon. Desde Widnes atravesaríamos el río Mersey a Runcorn por el Silver Jubilee Bridge, otro impresionante puente de arco.
A partir de Chester iba a ser imposible contar el número de cruces o las pequeñas carreteras que pudimos tomar. Era un entresijo que, aunque impedía ir a altas velocidades, nos permitía mezclarnos en la actividad agrícola del territorio de Gales en el que acabamos de entrar por la villa de Bretton.
El paisaje de Gales del norte es, como diría Raquel -y siempre se me quedará grabado-, como el fondo de escritorio de Windows XP. Asciendes una loma y descubres un verde intenso, sin brusquedades en el relieve, sin otros tonos grotescos que lo alteren, y con un salpicón de motas blancas que no son otra cosa que ovejas típicas de estas montañas y que, si te descuidas, te pueden salir al paso de la carretera en cualquier momento.
Llegando al Llandderfel, paramos frente al Bryntirion Inn para preguntar por una gasolinera, ya que en Corwen no supimos dar con una que nos marcaba el gps. Nos dicen que a ocho millas tenemos una y ya hemos entrado en reserva (para unas 20 millas).
Rodeando el lago Bala, del que dicen es el lago natural más grande del país de Gales, entre el estrés de rodar en la reserva y los muros de setos a ambos lados de la carretera, era difícil disfrutar de lo que esta región nos ofrecía.
Por fin, a unos pocos kilómetros de acabar el lago, podemos repostar. El sitio se llama Llanuwchllyn que, como muchos otros, se nos hacen impronunciables. Por los nombres que iremos viendo, parece que nos adentramos en los reinos élficos de la tierra media.
Ahora nos tocaba repostar a nosotros, y Dongellan (km. 153), que se podía nombrar, fue el destino elegido para probar el Shephards Pie que hacen en este condado.
El pueblo, inmerso en el parque Nacional Snowdonia, tenía un montón de alojamientos, pequeñas tiendas de artesanos, y coquetos restaurantes con excelente surtido de postres para reponer de hidratos a aquellos senderistas que se aventuren a caminar por las extensas montañas de este parque.
Como la parada en este pueblo nos apartó de la ruta, tras parar casi hora y media, retomamos la A487 rumbo a Machynlleth.
Hasta Rhayader (km. 231) la carretera B4518 ha sido una sucesión de curvas y sube y bajas, lo que ha motivado que la velocidad de esta última hora y media raramente pasase de los 50 km/h. En Builth Wells se me acaba nuevamente la alegría de dar gas al puño, pues otra vez nos metemos en carretera montañosa de 60 km/h como máximo. Habíamos entrado en el parque Nacional de Brecon Beacons.

En Talybout on Usk (km. 292) la carretera discurre entre el pueblo y un canal que parece diseñado para el soporífero fluir de los narrow boats. Paramos en lo que es un café y oficina postal a la vez (Canal Side Café). La gente transitaba arriba y abajo con bicicletas alquiladas por una carretera en la que el tráfico de coches parecía dar tregua al ocio de los turistas. Las mesas en la calle permitían el descanso de quien, como nosotros, se tomaba un refresco después de una soberana tunda.

Por Brynmawr, Blaenavon, y Pontypool, llegaríamos a Newport. El paisano del Night Lodge, -bueno, paisano..., más bien pakistaní-, nos dice que todo el personal se le ha ido de vacaciones y que no puede dar desayunos. Nos hace un abono por la diferencia, ya que la reserva la hice por Booking el día anterior. Así, después de dejar los trastos en la habitación y dar novedades a casa a través del WhatsApp, nos vamos a descubrir el pueblo.


Junto al castillo de Newport
Newport no es una ciudad que abrume a pesar de tener más de 100.000 habitantes; bueno, no abruma al menos en la zona en la que estábamos alojados, que era muy cercanos al castillo. Por ahí, por Cambrian Road, descubrimos The John Wallace Linton, un garito con gran ambiente, y unas costillas a la barbacoa que -según Raquel- estaban para caerte muerta de buenas. En una cervecería, justo enfrente, la variedad de grifos y premios de las espumosas hacían que elegir fuera misión imposible. -No hay problema-, me dice el camarero. -Toma dos o tres a prueba y, de la que te guste, me pides-. Oye, así da gusto. Además, era el sitio con el precio por pinta más barato que habíamos encontrado en todo UK.
Antes de la cerveza post-ruta, una visita al castillo para hacer unas fotos. Después de cenar, al sobre; que el cansancio empieza a hacer mella, y nos queda la última etapa.


Domingo, 7 de agosto de 2016. Newport - Portsmouth (213,5 km.)

Tan buen sabor de boca nos dejó anoche la cena en el pub The John Wallace Linton, que decidimos esta mañana ir a desayunar allí. Esta vez sí; el típico English breakfast. Yendo de vuelta al hotel para cargar la moto y salir, pillamos unos sandwiches que nos permitieran parar y tirarnos en cualquier verde, comérnoslos y, si se terciara, echarnos una siesta.
Arrancamos como casi todos los días, a las 9:30 h., deshaciendo la ruta que ayer nos metió en esta ciudad portuaria; solo que esta mañana cruzamos el Newport Bridge.
Al igual que cuando hace una semana salimos de York, por ser domingo, las carreteras se llenan de coches y autocaravanas de la gente local ávida de pasar el día lejos de la rutina. Y como estoy convencido que me pilla el mogollón por estar en el momento y lugar más inoportuno, decido parar a 23 km. de salir de Newport y echar gasolina a la TMax. A ver si dando ventaja al lento que nos lleva en procesión, conseguimos ir más rápido. No nos ha servido de mucho la estrategia, porque enseguida tomaríamos la carretera que nos iba a mandar directos hacia el Severn Bridge (km. 28), otra impresionante obra colgante con cuatro carriles de 1.600 metros de longitud, y con dos únicos pilares distantes 1 km entre sí.
La ruta nos lleva claramente de oeste a este por encima de la autopista M4 que va de Londres a Pont Abraham. En Burton la atravesaremos por un paso elevado y ya empezaremos a ir dirección sur hacia Portsmouth. 

Rodeando Chippenham, pasaremos después entre Melksham y Bowerhill, y de ahí a Shrewton. Íbamos buscando Stonehenge, y llegados al centro de visitantes (km.120) nos encontramos con un caos de autobuses, de coches, de gente… El caso es que había que aparcar allí y pagar tu entrada; luego, un autobús te llevaba hasta el conjunto megalítico. Yo tenía la firme creencia, o así lo había leído, que el conjunto se ve desde la carretera; pero aquel mega parking me desconcertó. Ni Raquel ni yo somos tan esotéricos como para absorber energía de aquellos pedruscos que -vete tú a saber- si no los planto allí Obélix el galo en vez de los primos de ET.
Convencidos ambos en no pasar aquí un minuto más de lo necesario, seguimos ruta, tal vez un poco decepcionados de no ratificarnos en nuestro agnosticismo. Una parada para consultar el mapa off-line de mi móvil, y confirmar nuestra posición con respecto al complejo pagano. Finalmente, circulando por la carretera A303, tuvimos la oportunidad de ver a unos 200 metros el conjunto de marras. Sigo pensando que me impresiona más el acueducto de Segovia o la picota de Miranda. Raquel aprovecha que voy más despacio para grabar con la cámara. Nuestra no creencia se ve fortalecida, con la percepción que nos daba la distancia, al ver que las piedras poco más que doblaban la altura de una persona. ¡Bah, nada mayor a la piedra que un cantero vasco pueda poner como adorno en su jardín!


Stonehenge desde la moto
Las carreteras vuelven a ser túneles de vegetación, rápidas, con un asfalto pulcro, y sin el más mínimo sobresalto en el trazado de sus curvas. Pero…  ...otra retención de vehículos a la entrada de Stockbridge (km. 153) nos fuerza a reducir la velocidad. ¿Qué pasará esta vez? Stockbridge es un pequeño pueblo de apenas 600 habitantes que se asienta a ambos lados de la carretera A30, y en el que hoy precisamente se celebra una feria. Atestado de gente que se movía por casi un ciento de puestos de comida, artesanía, música, etc., quisimos ver qué ofrecía para nosotros esta comarca de Hampshire.
Aparcamos la moto en una gran rotonda a la salida del pueblo, y para allí que nos fuimos.
Pasamos casi una hora viendo grupos de músicos más que talluditos, probando una porción de ham and cheese quiche, o viendo cómo las truchas, que poblaban los canales que daban un toque de frescor al pueblo, nadaban ajenas a la popular fiesta. ¿Ajenas? Jajá; no, si las echabas de comer.

Uno de los puestos de comida en la feria de Stockbridge
Vimos interminables colas para comprar unas salchichas que debían estar hechas con carne del novillo cebado que ordenó matar el padre del hijo pródigo (aquel del evangelio de Lucas) porque si no… … no me lo explico.

Sin salchichas, pero empapados de cultura popular, retomamos la ruta. Como nos acercábamos irremisiblemente a Portsmouth antes de la hora prevista, nos acordamos que aún llevábamos encima los sandwiches y la fruta que habíamos comprado esta mañana en Newport; así que junto al campo de golf de Southwick (km. 202) forzamos una parada con picnic de media hora.
Picnic en la hierba, y la "morena" a la sombra
De esta forma, por la misma carretera que hace 10 días nos vio salir para cruzar todo el Reino Unido, volvíamos otra vez al origen. En Portsmouth habíamos quedado en llamar al amigo César; el gemelo. César se encontraba allí como profesor de intercambio, al igual que estuvo con Raquel varios años antes. Así, con el ánimo de no agobiar en exceso, preferimos llegar tranquilos, aparcar la moto en el parking del centro comercial del puerto, e irnos a tomar algo a la cafetería del Spinnaker. Desde allí llamó Raquel a César. Nada; nos ha fallado el anfitrión ya que, por ser domingo, había alquilado un barco con los amigos y no llegaban a puerto hasta las 19:30h.

¿Qué hacemos? Pues nada, un paseo hasta Clarence Pier, que es un pequeño parque de atracciones al sur del puerto, donde ya aprovechamos a merendar. Después, al regresar al puerto, nos quitamos el sofocón en un garito de moda en Canalside, el Bar 38. 


En el puerto de Portsmouth, junto al HMS Victory
La visita a Portsmouth no hubiera sido completa sin haber visitado a dos de sus ilustres joyas: el HMS Warrior, y el HMS Victory.

Esperando embarcar en el ferry a Bilbao
Finalmente, a las 20:30 h. ya estamos en la cola motera para abordar el ferry que nos devolvería a Bilbao. 



Uno de los platos de la cena en el ferry de vuelta.
¡Ñam, ñam!


Dos noches a bordo, una cena de lujo, y un intento fallido de batir el récord de siesta registrado en el ferry de ida, pusieron el colofón a este viaje que, si bien no engrosará el ranking de moteros aventureros, a mi me ha servido para entender cuán cerca y cuán lejos estoy de mi hija, y para emborracharme con mi orgullo de saber que es una tía de carácter.


Track Ruta: Newport - Portsmouth